
Determinación es la palabra clave. El dominicano que enfrentó las huestes haitianas que invadieron el territorio del Este de la isla en ese marzo inolvidable, poseían menos posibilidades de sobrevivir a la hecatombe que la mayor parte de quienes acumulan como herencia su heroísmo; pero a ellos les sobró arrojo, ese don impulsor de la valentía que les permitió sobrevivir cuanto todo se encontraba en contra de la dominicanidad.
Tuvieron, esos dominicanos de Santiago de los Caballeros en día como el de mañana, determinación. “¡Por aquí no pasan!”, se dijeron. Y no pasaron. La indoblegable determinación los condujo a convertir las endebles carnes propias, en murallas formidables que en los cerros de Dios, Patria y Libertad, no solamente resistieron la embestida, sino que se levantaron inquebrantables para vencer a aquellos que se pintaron como invencibles.
Ninguno de los dominicanos sucesores exhibió -o ha exhibido-, idéntica determinación para vencer la discordia fratricida, la ambición enceguecedora, la corruptela destructora, la insania arrolladora, la pasión desordenada, la dejadez empobrecedora, el egoísmo alucinador, el pesimismo desalentador. Y tal vez por ello, ninguno ha vencido la aterradora pobreza que acorrala desde tiempos inmemoriales, a este pueblo.
Determinación es la palabra. De haber vivido con tal determinación desde más allá de los días 19 y 30 de marzo de 1844 con el arrebato que aquellos dominicanos se aferraron a la determinación de vencer a los haitianos, tal vez el país disfrutaría hoy de otra forma de vida. Porque tal vez se habrían vencido todas las debilidades que nos aquejan y todo el lastre emocional que nos domina y hubiéramos superado todas las dificultades.
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