Casi desapercibido pasó el reclamo de celebrar el “día del planeta”, un reclamo de organizaciones de varios países para recordar a los seres humanos que la explotación inmisericorde de los recursos naturales, puede generar consecuencias catastróficas para la vida de todas las especies, superiores e inferiores, en la Tierra. ¿Y por qué tuvo una menor repercusión entre los dominicanos?
Porque no hubo un llamado formal a que se apagasen las luces por una hora en la fecha convenida y porque, aunque se hubiere dado publicidad suficiente a tal pedido, con el “día del planeta” habría ocurrido lo mismo que acontece con aquellas efemérides nacionales durante las cuales los dominicanos deben mostrar la bandera nacional en lugares apropiados de sus viviendas y otros lugares en los cuales se habita o se trabaja y, pese a que todo mundo conoce tales fechas, nadie cumple con ese deber patrio. Lo mismo pasó con el “día del planeta”.
Menos mal que, por lo menos en el Palacio Nacional, apagaron las luces durante un espacio aproximado al que pidieron los organizadores de este recordatorio de que la humanidad se encuentra a punto de echar la Tierra a pique.
Pero la Nación Dominicana es un espacio geográfico muy especial; tanto, que es geografía obligada bajo presión de potencias mundiales a recibir a vecinos que mueren de hambre y sufren calamidades en su hábitat natal, cuando, en esas mismas grandes potencias que presionan a los dominicanos, se niegan a darle acogida a esos mismos vecinos de los dominicanos y a otros migrantes procedentes de otras partes del mundo, a quienes se les niega toda forma de acogida o legalización de la estadía.
Es la tierra de los dominicanos lugar tan especial que en ella se aguanta sin objeciones ni reparos los desplantes de una compañía minera que reclama con la estentórea voz de quien en buena lid se hizo propietario de algo, que se le permita aumentar sus riquezas, cavando el corazón de otras montañas, cuando ellos mismos admiten incumplimiento de las obligaciones que determinan que aquellas estriaciones por ellos zaheridas, han debido resembrarse para dotarlas de vida vegetal, ya que fueron despojadas de otras forma de existencia, la de los minerales que ya no convivirán más con su subsuelo empobrecido. Y pese a tal incumplimiento, gritan para seguir maltratando montañas vecinas.
Tierra tan característica es la dominicana que aquí podría estar produciéndose energía eléctrica para consumo de quienes la generasen y para colocar en las redes de distribución nacional, a partir de excretas humanas y de otras formas de biomasa; pero no solamente no existe un sistema como el desdibujado en esta sugerencia, sino que en cambio, esos materiales y esas otras formas de biomasa se descomponen sin aprovechamiento alguno, con el agravante de que generan gases que suben a la estratósfera para contribuir de tal manera, con el calentamiento del globo terráqueo.
Tal vez por todo ello y por muchas otras razones que podrían exponerse pero que no se enumeran en esta opinión editorial que no pretende ser prolija, República Dominicana no participó con el entusiasmo que debió mostrarse en ello, en el receso de uso de energía eléctrica dedicada a iluminación, en el “día del planeta”.
lunes, 31 de marzo de 2014
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