viernes, 1 de marzo de 2013

Magistrado entre letras y el derecho



Santo Domingo
El magistrado Edgar Hernández, conforme desarrollamos la que sería una extensa conversación acerca de su vida envuelta desde hace años en el oficio de servir a la ley, me demuestra la certeza de que las lecciones vividas y aprendidas por él, desde sus más impetuosos días de juventud hasta ya alcanzado su apogeo profesional, pueden servir como enseñanza para jóvenes estudiantes de derecho que a lo largo de su carrera tendrán que aprender, cueste lo que cueste, todo lo necesario sobre el complejo y desafiante mundo de la abogacía, pero que aún no les ha tocado formar parte activa del campo de batalla de los estrados.
El magistrado revela en sus expresiones indicios de alguien que disfruta contar anécdotas cuyos detalles eduquen de alguna manera a quien las escuche, sus palabras de honesta sensibilidad hacia su vocación no se hicieron esperar, con delicadeza me describe cómo se enfrentó desde el principio a formar parte de una estructura de competitividad, donde el inexperto graduado de derecho debe ser capaz de discernir entre aprender de unos y desechar de otros, comparar los conocimientos adquiridos en años de estudios con los nuevos que absorberá acorde se desenvuelva en su labor.
“Como yo tengo más de 30 años en el oficio siento que puedo dar consejos, pues siempre he estado ligado a la juventud y la docencia”, concibe Hernández, con orgullo me platica acerca de su obra “La clave de la abogacía”, legado que les deja a aquellos estudiantes deseosos de involucrarse de lleno en el desempeño de una buena carrera en el derecho. 
Tuvo la oportunidad de impartir clases en la Universidad Central del Este (UCE) en San Pedro de Macorís durante nueve años, también en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) de San Juan de la Maguana y desde principio de los años ochenta en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) de Santo Domingo, de toda esa experiencia con los jóvenes viene su compromiso con los mismos. Pudo de igual forma darse cuenta del contraste existente en lo que les enseñan a los alumnos en las clases y lo que tienen que enfrentar en los tribunales. “En las aulas les enseñan mucha teoría, pero cuando llegan a los estrados, se topan con una serie de normas que desconocen”, agrega Hernández.
El abogado tiene un rol
Cuando Hernández se graduó de abogado no existían lo que llamamos hoy escuela de jueces, como lo es la Escuela Nacional de la Judicatura, donde forman al juez con la mentalidad de un juez. No significando esto un obstáculo para su realización, alcanzó desempeñar cargos como ministerio público, fiscalizador de jurado de paz, abogado ayudante de fiscal, fiscal en San Pedro de Macorís y procurador general de la corte en San Juan de la Maguana.
“Las leyes están ahí, pero la manera en que se ejecutan las cosas uno las va descubriendo”, me comenta.
Hernández se encuentra en la Suprema Corte desde hace 15 años, es ahora cuando se ha dado cuenta de que una obra como la suya hacía falta, me explica que hay muchas obras escritas para el uso de abogados, pero para aquellos de cierto nivel, asegura que ésta en específico fue pensada para estudiantes.
Respondiendo a mi pregunta de qué puede hacer un abogado para cuidar su nombre en la profesión, el magistrado considera que lo primero que debe hacer un abogado es preguntarse: “¿Cuál es mi rol?”, dependiendo  del papel que tenga que desempeñar en un estrado, ya sea ser el representante del demandado, o del demandante, o cualquier otro caso que aplique, debe tener clara su función.
Afirma el magistrado que hay momentos en los que lo que procede es el silencio. El abogado debe saber cuándo es tiempo de callar y cuándo tiempo de hablar. “Hay personas que en ocasiones creen que el hablar mucho es lo que caracteriza el abogado y eso no es verdad”, alega.
El abogado es aquel que sabe cuándo hablar y qué decir, aquí estuve de acuerdo con el magistrado, me recordó un viejo dicho que dice: “Los sabios, los santos y los héroes hablan poco y bien”. 
Alegar no es probar
“El hecho de que el abogado alegue algo, no es sinónimo de que lo está probando” expresa Hernández, convencido de que esta es una realidad que todo defensor debería tener clara. 
Este debe estar consciente de que su función es, más bien, probar, y para eso existen reglas. El abogado debe tener en cuenta  que al trabajar con pruebas, que pueden ser fotográficas, documentales, etc. su trabajo se vuelve puramente objetivo, nunca debe caer en lo subjetivo, y debe saber diferenciar lo primordial de lo secundario. A partir de aquí, también debe ser un buen expositor de esas pruebas, “saber exponer, esa es una de las virtudes más apreciables de un abogado”, aclara el magistrado.
La obra
Hernández asegura que su segunda profesión es la escritura. Ha escrito tanto libros jurídicos como trabajos poéticos, y ha investigado y publicado sobre temas históricos, donde incluye su obra “Duarte entre los escolares”, que se trata de una breve biografía del patricio.
Su obra “La clave de la abogacía” sería su último aporte a la literatura, que considero representa una útil guía donde no solo explica lo que conlleva ser un defensor de la justicia, sino también consejos como  “tratar de no ni con la iglesia católica ni con los medios de comunicación”.
Ya como manera de finalizar la constructiva conversación, el magistrado quiso pronunciar estas palabras: “Como abogados sean siempre honestos, cumplidores y respetuosos, más que por virtud, por conveniencia, pues actuar de manera correcta tuene sus frutos.

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