jueves, 17 de enero de 2013

Rafael Molina Morillo: “Entré en el periodismo por accidente”



El director del periódico El Día, Rafael Molina Morillo, fundador de El Nacional y la desaparecida revista Ahora, reflexiona sobre el ejercicio del periodismo en República Dominicana durante la dictadura de Trujillo y en la vida democrática.

¿Cómo ingresa al periodismo; por qué no decidió ejercer como abogado?
Bueno, era lo que yo quería desde chiquito. Mentira: hubo una época más para atrás, más chiquitito, yo quería como tú, probablemente, ser Supermán, policía, bombero,  buzo o astronauta… Pero, pensando más en serio, me orienté para ser abogado y no digo que soy abogado, sino que tengo el título. Estudié derecho y me visualizaba siendo un abogado común y corriente. Y entré en el periodismo por accidente. En la escuela normal me gustaba dibujar, pero me encontré con un compañero de pupitre que dibujaba mucho mejor que yo, entonces le propuse que hiciéramos unos muñequitos con la historia dominicana como argumento, copiando algo que venía en la revista Billiken, argentina, que tenía una sección que se llamaba “Nuestra historia”, con gráficas de San Martín y esas cosas. Estoy hablando de los años de 1935 a 1940. Hacíamos la revista nuestra en un cuaderno, para gusto de uno mismo. Nuestro maestro de literatura, Carlos Curiel, valioso periodista, muy culto (en esa época el magisterio era ejercido por intelectuales) vio el cuaderno y nos dijo: “Va a salir un periódico nuevo. Y hay unos norteamericanos que son los que han contratado, pero hay un amigo mío que va a ser el jefe de redacción (Rafael Herrera), vamos a ver si le interesa”.

¿Cómo se llama su amigo el dibujante?
Rafael González Castro. El es médico. Rafael Herrera le dijo a Carlos Curiel: “Caramba, qué bonitos los dibujos, pero tráeme al joven éste que pone los textos porque me gusta como escribe”. Eran diálogos, de dos líneas, tres líneas. Rafael Herrera me dijo que estaban entrenando jóvenes sin experiencia periodística, porque los que tienen experiencia tienen malas mañas. Le dije que iba a entrar a la universidad y necesitaba la tarde libre. Entonces, me entrenaron y cuando salió El Caribe me dijeron de golpe y porrazo: “Tú vas a ser el encargado de las páginas de Arte y Espectáculo”. Después de ahí me mandaron a diversas fuentes.
En sus años de ejercicio, ¿el periodismo ha tenido el mismo problema de ética? Usted habla de periodistas con “malas mañas”
No te olvides que estamos hablando de 1948. Era la época de Trujillo. Era más limitado y enfocado a ensalzar todas las cosas de Trujillo. Mucha gente dice: “Ah, pero eran trujillistas”. No. Si uno se ponía a criticar al régimen pagaba o en la cárcel o con la vida, pero también se podía hacer un periodismo neutral. Lo que yo pienso es que los niños que nacieron en 1930, un poco antes o un poco después, van creciendo 30 años con el mismo lavado de cerebro, con la misma cantaleta de que Trujillo era lo máximo. Entonces, cuando mataron a Trujillo, se descubre y se abren las puertas, y la gente se da cuenta de que todo era una ficción, una mentira. Claro, hubo algunos más cultos que preferían irse al exilio; a esa gente hay que venerarle y respetarle su memoria, indiscutiblemente. Pero el común entendíamos que sí, que era así.

…Y hay que imaginarse eso en una sociedad sin redes sociales, sin Internet y sin muchos medios de comunicación.
Solamente los libros y revistas que se permitía que entraran al país, pero se veía eso como algo normal. Y si llegaba El Mundo, de Puerto Rico, que lo traían a veces y ese día sacaba una notica chiquita diciendo algo de la dictadura de Trujillo, ese día se confiscaba la edición y no salía, y la gente lo veía como normal y lo aceptaba. Ah, no, no vino hoy El Mundo, o no lo dejaron circular. Había un condicionamiento tremendo, una maquinaria, combinando el terror con la política, la propaganda con lo mejor, lo máximo. Que se desatara una epidemia, eso es normal, en cualquier parte del mundo se desata; pero aquí no había epidemias, todo estaba bien, todo era normal, todo el mundo estaba feliz, aparentemente.

¿En tanto ejercicio periodístico, recuerda algún hecho grande o pequeño que lo haya estremecido?
Hay tantos que no sé cuál escoger para mencionártelo. Recuerdo que en las elecciones de 1978, cuando ganó Antonio Guzmán, se suspendió el conteo de votos y se apagaron las luces en la Junta. Se demoraba la salida. Era un momento de mucha tensión y yo recuerdo que en un momento dado, muy temprano en la mañana, tocaron a la puerta de mi casa, y era Frank Cabral, muy agitado. Era muy tempranito, antes de las 7:00 de la mañana. Tocaron el timbre de la puerta: “Mira vengo a decirte que ganamos, que ganamos…”  Pero que ganamos ¿quiénes? Yo era el director de El Nacional. Entonces, vamos a esperar el boletín de la Junta Central Electoral. “No, no. Es que no es necesario”. Yo le dije no, eso no es así. Pero parece que él era un enviado de Caminero (Francisco Javier Rivera Caminero), el que era jefe de la Marina, y parece que jefe de la facción militar. Estaban los barcos en el puerto y era un momento muy, muy difícil.

Es decir, ¿Frank Cabral le fue a pedir que anunciara como ganador a Balaguer?
Sí. Y vino él en persona, con los ojos exorbitados, y entró intempestivamente y me dijo: “Mira, aquí están los numeritos”. Era de mañana y venía la hora de cierre, porque el periódico se imprimía temprano. Tenía un papelito escrito a mano que decía “PRD, tanto”. “Estos son los números. Esto es lo que hay que publicar”. Entonces, yo con mucha calma –no niego que estaba muy nervioso y hasta asustado–. Esa gente estaba loca. Le dije: Ah, bueno está bien, déjemelo que yo voy a esperar los números de la Junta. “Qué junta ni junta, esos son los resultados, yo se los dejo. Bueno, aténgase a las consecuencias”. Entonces reuní a mi grupo de periodistas y les dije: Bueno, nosotros no vamos a publicar esto, vamos a esperar, y así fue, y por suerte no pasó nada. Como ese hubo muchos episodios y también muchas satisfacciones. Pero a lo largo de toda esta carrera uno ha visto de todo.

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